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AL SEÑOR MARQUES : MARIO VARGAS LLOSA

HAY QUE RECONOCERLE SIN DUDARLO :  SUS  DOTES DE " ESCRIBIDOR" 

Publicado: 2017-03-29

Por:Dennis Falvy 

La verdad es que me cuesta mucho leer la República y a la mayoría de sus “clásicos columnistas” por su sesgo y subjetividad y falta de datos y análisis para criticar y aportar sobre el quehacer nacional. Más que nada a uno de ellos con una enorme soberbia y  quien además  con una señora que escribe una vez a la semana en este diario , tienen una fijación contra los fujimoristas y Alan  García ; tal vez muy cierta en sus sentires y pareceres, pero que la verdad a mí al menos me agota , aburre y me imagino que " no venden" sus recurrentes y sesgadas ideas . Pero todo el mundo tiene el  derecho de decir y si puede mostrar  su opinión y si encima te remuneran por ello  y en este caso  La República, por algo será pues.

Pero Mario Vargas Llosa, es otra cosa en el tema de los " escritos" .De seguro perdió lectoría al pasar su columna de El Comercio a La República. , Subjetivamente ,  me parece que no pega mucho en este diario, del que no se cuál sea  es la  lectoría de su edición impresa en Lima y provincias y asimismo tampoco como le va los “ links” en su portal.

Vargas Llosa es en la parte política tal vez un fiasco. Deja mucho que desear lo poco que ha criticado a Toledo y al desastre que es esa pareja del Humala y mas que nada la  Doña Heredia; de la que increíblemente pontifico en una entrevista que le hizo esa señora del micro programa que sale mañana, tarde y noche en el Canal N  : " Tiempo para leer" ; es decir  la Colocha de América TV de apellido  Ospina. Ella en Madrid , en la elección presidencial pasada,  recibió de Vargas Llosa para el programa dominical  4to Poder loas impresionantes para la Heredia, que ya todos conocemos de que cojea de los dos pies y que le ha crecido la nariz y que   hasta ha mentido no sólo con sus agendas, sino con su nivel académico. Para Vargas  LLosa  y también para Alan García;  Heredia era una política que podía ser presidente del Perú y en el caso del Marqués , ella  no había hecho absolutamente nada de malo  y todo lo que se le achacaba de los dineros y otras tropelías eran invento de sus adversarios y enemigos.Era para el Marqués, esa Doña,  una especie de Virgencita de la Macarena con ciertos rasgos de la Beatita de Humay. Vivía como reina, con un sueldo paupérimo del marido, que sólo recibía unos 15,000 soles por mes  como presidente. Y luego vino todo este tema de la filipina, que mejor me relevo de comentarlo. 

PERO EL CASO ES

Que leo la columna aparecida recientemente en La República y la verdad me pareció de excelencia. Me precio de conocer algo de este "clásico personaje"  Adam Smith e incluso de David Ricardo, pues de joven trabaje mucho en el área del Comercio Exterior del MIncom  y tome dos cursos de la disciplina de esta materia con profesores de la talla de Rachel Mc Culloch y David Hartman,en una universidad norteamericana , en aquella época que  el libro de Richard  Caves era sensación. La bibliografía de ambos cursos , me  compenetro con Smith en diversos aspectos . Y entonces al leer lo que dice Vargas llosa, la verdad es que la columna me pareció excelente , muy bien documentada y hasta " chismosa" y por ello la publico tal cual en mi blog . Altamente recomendable. Al Mario pues , lo que es de Mario.Su capacidad de “Escribidor” y su prosa ,  vaya que está incólume a sus 81 años ya cumplidos y celebrados aquí en Perú . Lo otro, bueno va en la dirección opuesta.

LAS DISTRACCIONES DEL SEÑOR SMITH

(Escribe: Mario Vargas Llosa(Diario La República; Marzo del 2,017)  

Antes que por su sabiduría, fue famoso por sus distracciones. Un día, el cochero de la diligencia de Edimburgo a Kirkcaldy divisó en pleno descampado, a varias millas de este pueblo, una figura solitaria. Frenó los caballos y preguntó al caballero si necesitaba ayuda. Sólo entonces, éste, mirando sorprendido el rededor, advirtió dónde estaba. Hundido en sus reflexiones, llevaba varias horas andando (mejor dicho, pensando). Y un domingo se lo vio aparecer, embutido todavía en su bata de levantarse, en Dunfermline, a quince millas de Kirkcaldy, mirando el vacío y hablando solo. Años más tarde, los vecinos de Edimburgo se habituarían a las vueltas y revueltas que daba por el barrio antiguo, a horas inesperadas, la mirada perdida y moviendo los labios en silencio, aquel anciano solitario a quien todo el mundo llamaba sabio.

Lo era, y esa es una de las pocas cosas que conocemos de su infancia y juventud. Había nacido en Kirkcaldy un día de 1723. Es una leyenda falsa que lo secuestró una partida de gitanos. Fue a la escuela local y debió de ser un aprovechado estudiante de griego y latín porque la Universidad de Glasgow lo exoneró del primer año, dedicado a las lenguas clásicas, cuando entró en ella a los 14 años. Tres años más tarde obtuvo una beca para Oxford y de los seis años que pasó en Balliol College sólo sabemos que fue reprendido por leer a escondidas el Tratado de la naturaleza humana de David Hume –más tarde su íntimo amigo–, detestado por su ateísmo por la entonces reaccionaria jerarquía académica. Al salir de Oxford, pronunció unas célebres conferencias en Edimburgo, que sólo conocemos por los apuntes de dos estudiantes que asistieron a ellas. Desde entonces se lo consideraría una de las más destacadas figuras de la llamada Ilustración Escocesa.

Fue profesor en la Universidad de Glasgow, primero de Lógica y, luego, de Filosofía Moral y sus clases tuvieron tanto éxito que vinieron a escucharlas estudiantes de muchos lugares del Reino Unido y Europa, entre ellos James Boswell, quien ha dejado un vívido testimonio de su elegancia expositora. Mucho se hubiera sorprendido el señor Smith de que en el futuro lo llamaran el padre de la Economía. Él se consideró siempre un filósofo moral, apasionado por todas las ciencias y las letras, y, como todos los intelectuales escoceses de su generación, intrigado por los sistemas que mantenían el orden natural y social y convencido de que sólo la razón –no la religión– podía llegar a entenderlos y explicarlos.

Su primer libro, que sólo se publicaría póstumamente, fue una Historia de la Astronomía. Y, otro, un estudio sobre el origen de las lenguas. Vivió fascinado por averiguar qué era lo que mantenía unida y estable a la sociedad, siendo los seres humanos tan egoístas, díscolos e insolidarios, por saber si la historia seguía una evolución coherente y qué explicaba el progreso y la civilización de algunos pueblos y el estancamiento y el salvajismo de los otros.

Su primer libro publicado, La teoría de los sentimientos morales (1759) explica aquella argamasa que mantiene unida a una sociedad pese a lo diversa que es y a las fuerzas disolventes que anidan en ella. Adam Smith llama simpatía a ese movimiento natural hacia el prójimo que, apoyado por la imaginación, nos acerca a él y prevalece sobre los instintos y pasiones negativos que nos distanciarían de los otros. Esta visión de las relaciones humanas es positiva, afirma que “los sentimientos morales” terminan siempre por prevalecer sobre las crueldades y horrores que en toda sociedad se cometen. Libro curioso, versátil, que a ratos parece un manual de buenas maneras, explica sin embargo con sutileza cómo se forjan las relaciones humanas y permiten que la sociedad funcione sin disgregarse ni estallar.

Sólo una vez salió Adam Smith del Reino Unido, pero el viaje duró tres años –de 1764 a 1767– y, como tutor del joven duque de Buccleuch, lo llevó a Francia y Suiza, donde conoció a Voltaire, a quien había citado con elogio en La teoría de los sentimientos morales. En París, discutió con François Quesnay y los fisiócratas, a los que criticaría con severidad en su próximo libro, pese a la buena impresión personal que le causó aquél, con quien intercambiaría cartas más tarde. A su regreso a Escocia, se encerró prácticamente en Kirkcaldy, con su madre, a la que adoraba, y buena parte de los próximos años los pasó en su estupenda biblioteca, escribiendo Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones (1776). La primera edición tardó seis meses en agotarse y con ella ganó 300 libras esterlinas. Hubo cinco ediciones más en vida del autor –la tercera con muy importantes correcciones y añadidos– y éste alcanzó a ver las traducciones de su libro al francés, alemán, danés, italiano y español. Los elogios fueron desde el principio casi unánimes y David Hume, convencido de que ese “intrincado” libro tardaría pero conquistaría una gran masa de lectores, lo comparó, en importancia, a Decline and Fall of the Roman Empire, de Edward Gibbon.

Adam Smith nunca sospechó la importancia capital que tendría su libro en los años futuros en el mundo entero, incluso en países donde pocas gentes lo leyeron. Murió apenado por no haber escrito aquel tratado de jurisprudencia que, pensaba, completaría su averiguación de los sistemas que explican el progreso humano. En verdad, él fue el primero en explicar a los seres humanos por qué y cómo opera el sistema que nos sacó de las cavernas y nos fue haciendo progresar en todos los campos –salvo, ay, el de la moral– hasta conquistar el fondo de la materia y llegar a las estrellas. Un sistema simple y a la vez complejísimo, fundado en la libertad, que transforma el egoísmo en una virtud social y que él resumió en una frase: “No obtenemos los alimentos de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino de su preocupación por su propio interés. No nos dirigimos a sus sentimientos humanitarios, sino a su egoísmo, y nunca hablamos de nuestras necesidades, sino de sus propias ventajas”.

El libro revolucionó la economía, la historia, la filosofía, la sociología. Estableció que gracias a la propiedad privada y a la división del trabajo se desarrollaron unas fuerzas productivas formidables y que la competencia, en un mercado libre, sin demasiadas trabas, era el mecanismo que mejor distribuía la riqueza, premiaba o penalizaba a los buenos y malos productores, y que no eran éstos, sino los consumidores, los verdaderos reguladores del progreso. Y que la libertad, no sólo en los ámbitos políticos, sociales y culturales, sino también en el económico, era la principal garantía de la prosperidad y la civilización. Mucho pueden haber cambiado el capitalismo, la sociedad y las leyes, desde que Adam Smith escribió ese interminable volumen de 900 páginas en el siglo XVIII. Pero, en lo esencial, ningún otro ha explicado todavía mejor por qué ciertos países progresan y otros retroceden y cuál es la auténtica frontera entre la civilización y la barbarie.

Era feo, torpe de movimientos y el lexicógrafo Samuel Johnson (a quien, en una discusión, Adam Smith mentó la madre) afirmaba que tenía una cara de “perro triste”. Pero fue siempre un hombre modesto, de costumbres austeras y sin vanidades, ávido de saber. Nunca se le conoció una novia y probablemente murió virgen, en 1790.

Madrid, marzo de 2017


Escrito por

dennis falvy

Economista de la Universidad Católica con un master en administración en la Universidad de Harvard; periodista en economía .


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